Él era un chico muy tímido. Se sentaba solo en clase. Al fondo. Y pintaba todos y cada uno de sus libros.
No tenía amigos y mucho menos había estado alguna vez con alguien, pero si estaba enamorado.
Estaba enamorado de la lluvia.
Él encontraba calor en la lluvia, el calor que siempre le faltaba.
Le gustaba mirarla por la ventana cuando caía libre. Él soñaba llegar a ser así de libre.
Le gustaba acompañarla bailando bajo ella. Él soñaba con que esos bailes fuesen infinitos.
Le gustaba mojarse cuando esta estaba. Él soñaba con no tener que separarse nunca de ella.
Pero siempre llegaba el sol y lo jodía todo.
La gente le llamaba solitario y marginado, más el tenía miles de amigas, todas y cada una de las gotas eran amigas suyas.
Al chico de la lluvia le encantaba sentarse horas y horas a admirar la belleza de esta, le componía poemas y se los leía, simplemente, estaba enamorado.
Pero llegó un día, en el que se dio cuenta de una cosa muy importante: que la lluvia parecía triste.
Él estaba muy triste por ello, y intentó remediarlo de mil maneras, pero ninguna daba su fruto. Mas un día llego y conoció a una chica. Ella le hacía feliz, le hacía olvidarse de la soledad, y fue entonces, cuando el chico se dio cuenta, de que la lluvia era triste porque él estaba triste. Y el tiempo pasó.
Ahora era un chico más extrovertido, tenía una novia a la que le componía poemas, con la que podía ser libre, y con la que, a pesar de que el sol llegase, ella nunca se iba a ir.
Ahora él veía la lluvia y sabía que era feliz porque él era feliz, y así se prometió una cosa: que nunca volvería a dejar que le inundase la tristeza, para no volver a ver a su primer amor triste.

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