Erase una vez, un chico de no más de diecisiete años, que todos y cada uno de los días pasaba por delante de una tienda de flores. Al principio, tan solo se limitaba a mirarlas, pero poco a poco, las visitas a esa tienda se hacían más frecuentes, pues el chico realmente estaba interesado en ellas. Cada día que iba, un mundo de nuevas cosas inexploradas se le abría ante sus ojos.
"¿Y cuál es el nombre de esta?" "¿Y de esta?" Día sí y día también, el chico llegaba a la tienda con esas mismas preguntas, pues la señora que le atendía se emocionaba al contarle cosas sobre flores, y decirle sus nombre y significados, y con gusto lo hacía. La vida de esa mujer se basaba en las flores, y tenía la mínima esperanza de poder inculcarle algo a ese tan alocado chico.
"Esta es una Azucena, y significa la inocencia del corazón" "Y esta otra de aquí se llama Pensamiento, y hace referencia a los recuerdos".
La señora, ya bastante mayor para estar trabajando, le contaba cada tarde algo nuevo sobre cada planta.
Había días en el que la floristería estaba llena de Lirios, otros en cambio, de Margaritas, o de Orquídeas; siempre había algo nuevo que ver y que enseñar.
Pasaba el tiempo, y el chico iba todas las tardes a la floristería. La anciana le contaba historias sobre las hermosas flores que adornaban la estancia, y él, mientras escuchaba atento, la ayudaba a cuidar de las plantas.
Pero llegó un día, una tarde un tanto lluviosa de verano, en el que el chico fue a la floristería y la encontró cerrada. Se extrañó mucho, pues eso no había pasado nunca. Se sentó en los escalones que adornaban la entrada de su tan amada floristería, y simplemente: espero.
Espero quizá por días.
Iba cada tarde o incluso algunas mañanas para ver si la tienda volvía a estar abierta, pero no era el caso.
El chico, desesperado ya al ver que una parte que se había hecho tan importante para él, se desmoronaba, empezó a ir menos a visitar la floristería.Y pasados ya dos meses desde la primera vez que la halló cerrada, tomó la costosa decisión de no volver a insistir más.
Años más tarde, quizá cuando él ya estaba cerca de sus veintidós años, pasó por casualidad por aquella calle en la que se encontraba tal lugar que tan cariñosos recuerdos le traía. No quería detenerse en ella, pues no quería recordar lo que ya no estaba, pero al pasar por delante de la puerta se llevo una gran sorpresa.
En la misma puerta de esta había un cartel que decía: "ABIERTO", y se podían ver a través de los cristales, como lucían frescas las flores.
Miles de sentimientos se le acomodaron en el pecho. No podía creer lo que ante sus ojos veía. Tanto tiempo había pasado entre aquellas flores...
Y empezó a recordar. Pensó en cada nombre que le decía aquella señora tan amable, y pensó en cada significado; y se acordó del que más atención le llamó. Esa flor que tan poco le dejaba dormir por las noches. Él soñaba con poder entregarle aquella flor a alguna bella chica, pues esa misma flor significaba en si: la declaración del amor.
Entró en la tienda sin pensarlo dos veces, pero al cruzar el umbral de la puerta se llevó otra sorpresa.
La anciana ya no se encontraba tras aquel viejo mostrador de madera. Ahora había una joven, una joven bellísima.
-Buenos días joven, ¿desea algo?
Esa voz..
-Si disculpe, buscaba... buscaba un ramo de tulipanes amarillos, no se si tendrá..
-Si, enseguida los traigo, los tenemos en la parte trasera, pues son unas..
-Unas plantas que necesitan cuidados especiales. Si, lo sé. Son plantas especiales.
La chica quedó sorprendida por aquel conocimiento del joven, pues no mucha gente tenía consciencia de ello.
-Si tenemos, ¿quiere un ramo?
-Si, por favor, para regalo.
-De acuerdo.
La chica comenzó su trabajo. Sus manos se movían ágiles sobre las tan bellas flores.
Esas manos.. El chico moría de ganas de conocer a esa chica, de invitarla a salir, de contarle todo lo que sabía sobre las flores, quizá hasta de enamorarse de ella.
-Aquí tiene.
-Muchas gracias.
El joven, estando a punto de salir de la tienda, volvió sobre sus pasos.
-¿Se le olvida algo?
-En realidad si, toma, son para ti. Una vez alguien me dijo, que los tulipanes eran la declaración más perfecta del amor. Y yo te los regalo a ti.
-¿Cuál es tu nombre?
-Cristian, ¿por qué?
La chica quedó anonadada.
No podía ser cierto.
Él no podía ser real.
Una vez, su ya difunta abuela le contó que algún día, cuando ella ya no estuviese y la chica ocupase su lugar en la tienda, vendría un chico, un joven alto y apuesto llamado Cristian; y le regalaría un ramo de flores, en concreto, de tulipanes amarillos.

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