Música

miércoles, 18 de noviembre de 2015

Let's watch the sunset

Hace días que ando perdida. Hace días que ando agobiada. Hace días que ando frustrada sin saber que leches me pasa. ¿Será por el chico que se preocupa por mi? ¿Será por los nuevos amigos que intentan animarme? ¿Será por lo exámenes que tengo en unos días? ¿Será por aquellos que se burlan de mi por los pasillos? No lo sé. No tengo nada en claro. Las cosas pasan cada vez más rápido y no tengo tiempo si quiera de entender que pasa a mi alrededor.
Me gustaría hacer mil cosas: quizá viajar por todo el mundo, quizá ser una gran pianista y emocionar a quienes me escuchasen, quizá enamorar al chico que me trae de cabeza, quizá aprender a hablar francés, quizá.. No lo sé, son, como digo, muchas cosas. Pero a pesar de todo si hay una cosa que tengo clara, y es, que tengo que aprender a vivir...
Tengo personas de confianza que me dicen que debo dejar de ser tan pesimista, que debo dejar de herirme a mi misma, que debo empezar a quererme un poco, pero no puedo, eso no sale de mi.
Dicen que debo mirar al espejo cada mañana y decirme: "Hoy estoy guapa", pero no es así, porque eso no es lo que veo al despertarme.
Hace días que dejé de mirarme al espejo.
Dicen que debo dejar de hacerme lo que me hago, que eso de pegarle puñetazos a la pared para desahogarme no es bueno, pero no puedo.
Hace días que dejé de curarme los nudillos.
Dicen que he de amar lo que hago, que cuando pinte, cuando toque el piano, cuando escriba, me ha de gustar lo que sale de mi, pues dicen, que es hermoso. Mas no puedo.
Hace días que dejé de lado mi carboncillo, mis partituras y mi pluma.
Dicen que he de cumplir mis sueños, mas ya no los tengo.
Hace días que dejé que las pesadillas irrumpieran en mis sueños.
Pero lo que más me dicen es que he de vivir, que he de intentar ser feliz, ¿que fácil es decirlo cuando no tienes el miedo ni de salir a la calle, no?
Y yo nunca dejé de tener ese miedo.
¿Y sabéis qué? Probablemente nunca deje de tenerlo.
No va a llegar un príncipe azul que me hará ser feliz.
No aparecerán nuevos amigos que me tratarán bien.
No ser irán por arte de magia mis problemas.
La vida no me van a cambiar, pero si puedo empezar a hacer cosas, a retomar mi carboncillo, mis partituras, a curarme las heridas, e incluso, a intentar comprenderme a mi misma. Es obvio que no conseguiré verme como se ve a si misma una persona normal, porque mi mente dañada me lo impide, pero es un comiendo.
Y un mejor comienzo es hacer algo que te haga feliz. 
Una vez alguien me dijo que para ser feliz tenía que hacer cosas que me hiciesen feliz, y acto seguido, me dijo lo que hacía él: admirar las puestas de sol. Y desde entonces, cuando me coge un mal día como este y me da por contaros toda la mierda que vivo día a día en mi vida, salgo y me voy a mirar una puesta de sol.
Vamos a mirar una puesta de sol.







viernes, 13 de noviembre de 2015

Tulipanes amarillos



Erase una vez, un chico de no más de diecisiete años, que todos y cada uno de los días pasaba por delante de una tienda de flores. Al principio, tan solo se limitaba a mirarlas, pero poco a poco, las visitas a esa tienda se hacían más frecuentes, pues el chico realmente estaba interesado en ellas. Cada día que iba, un mundo de nuevas cosas inexploradas se le abría ante sus ojos.
"¿Y cuál es el nombre de esta?" "¿Y de esta?" Día sí y día también, el chico llegaba a la tienda con esas mismas preguntas, pues la señora que le atendía se emocionaba al contarle cosas sobre flores, y decirle sus nombre y significados, y con gusto lo hacía. La vida de esa mujer se basaba en las flores, y tenía la mínima esperanza de poder inculcarle algo a ese tan alocado chico. 
"Esta es una Azucena, y significa la inocencia del corazón" "Y esta otra de aquí se llama Pensamiento, y hace referencia a los recuerdos". 
La señora, ya bastante mayor para estar trabajando, le contaba cada tarde algo nuevo sobre cada planta. 
Había días en el que la floristería estaba llena de Lirios, otros en cambio, de Margaritas, o de Orquídeas; siempre había algo nuevo que ver y que enseñar. 
Pasaba el tiempo, y el chico iba todas las tardes a la floristería. La anciana le contaba historias sobre las hermosas flores que adornaban la estancia, y él, mientras escuchaba atento, la ayudaba a cuidar de las plantas. 
Pero llegó un día, una tarde un tanto lluviosa de verano, en el que el chico fue a la floristería y la encontró cerrada. Se extrañó mucho, pues eso no había pasado nunca. Se sentó en los escalones que adornaban la entrada de su tan amada floristería, y simplemente: espero. 
Espero quizá por días. 
Iba cada tarde o incluso algunas mañanas para ver si la tienda volvía a estar abierta, pero no era el caso. 
El chico, desesperado ya al ver que una parte que se había hecho tan importante para él, se desmoronaba, empezó a ir menos a visitar la floristería.Y pasados ya dos meses desde la primera vez que la halló cerrada, tomó la costosa decisión de no volver a insistir más. 
Años más tarde, quizá cuando él ya estaba cerca de sus veintidós años, pasó por casualidad por aquella calle en la que se encontraba tal lugar que tan cariñosos recuerdos le traía. No quería detenerse en ella, pues no quería recordar lo que ya no estaba, pero al pasar por delante de la puerta se llevo una gran sorpresa. 
En la misma puerta de esta había un cartel que decía: "ABIERTO", y se podían ver a través de los cristales, como lucían frescas las flores. 
Miles de sentimientos se le acomodaron en el pecho. No podía creer lo que ante sus ojos veía. Tanto tiempo había pasado entre aquellas flores...
Y empezó a recordar. Pensó en cada nombre que le decía aquella señora tan amable, y pensó en cada significado; y se acordó del que más atención le llamó. Esa flor que tan poco le dejaba dormir por las noches. Él soñaba con poder entregarle aquella flor a alguna bella chica, pues esa misma flor significaba en si: la declaración del amor. 
Entró en la tienda sin pensarlo dos veces, pero al cruzar el umbral de la puerta se llevó otra sorpresa. 
La anciana ya no se encontraba tras aquel viejo mostrador de madera. Ahora había una joven, una joven bellísima. 
-Buenos días joven, ¿desea algo?
Esa voz.. 
-Si disculpe, buscaba... buscaba un ramo de tulipanes amarillos, no se si tendrá..
-Si, enseguida los traigo, los tenemos en la parte trasera, pues son unas..
-Unas plantas que necesitan cuidados especiales. Si, lo sé. Son plantas especiales. 
La chica quedó sorprendida por aquel conocimiento del joven, pues no mucha gente tenía consciencia de ello. 
-Si tenemos, ¿quiere un ramo?
-Si, por favor, para regalo.
-De acuerdo.
La chica comenzó su trabajo. Sus manos se movían ágiles sobre las tan bellas flores. 
Esas manos.. El chico moría de ganas de conocer a esa chica, de invitarla a salir, de contarle todo lo que sabía sobre las flores, quizá hasta de enamorarse de ella. 
-Aquí tiene.
-Muchas gracias. 
El joven, estando a punto de salir de la tienda, volvió sobre sus pasos.
-¿Se le olvida algo?
-En realidad si, toma, son para ti. Una vez alguien me dijo, que los tulipanes eran la declaración más perfecta del amor. Y yo te los regalo a ti.
-¿Cuál es tu nombre?
-Cristian, ¿por qué?
La chica quedó anonadada. 
No podía ser cierto. 
Él no podía ser real.
Una vez, su ya difunta abuela le contó que algún día, cuando ella ya no estuviese y la chica ocupase su lugar en la tienda, vendría un chico, un joven alto y apuesto llamado Cristian; y le regalaría un ramo de flores, en concreto, de tulipanes amarillos. 





miércoles, 11 de noviembre de 2015

Be happy

Ella era una chica corriente, hacía lo que toda adolescente normal.
Pero ella tenía una manera diferente de expresar lo que pensaba, pues no aguantaba que le mandaran callar. Ella escribía.
Escribía todo tipo de historias: de aspectos cotidianos, de tonterías que le pasaban en su día a día, de amores inesperados, de aventureros que vivían experiencias únicas, de magos y brujas, de seres fantásticos.. Ella amaba escribir. Era su forma favorita de ser feliz, porque al fin y al cabo, la vida se basa en eso, en ser feliz. Y ella encontraba esa felicidad tanto en los libros que leía, como en los propios que escribía.
Tal era su pasión por la lectura y tanta relación le veía con su felicidad que llegó un punto en el que toda su vida se basaba en ello, pero claro, eso tampoco es bueno.
Dejó de salir, no hacía caso alguno a sus amigos, a sus padres, a sus seres queridos.. Y eso, al fin y al cabo, pasó factura.
Todo esto sucedía mientras ella se enfrascaba cada vez más en un libro que estaba escribiendo sobre la felicidad; y cuando al fin lo publicó, a sus diecisiete años de edad, se dio cuenta de lo irónico de la situación: al centrarse en escribir sobre "la felicidad", la había perdido realmente .
Ahora ella, se pensaba si verdaderamente había sido buena idea escribir ese libro. Se centró en hallar las míticas y tan ansiadas claves de la felicidad mientras la perdía. Menuda redundancia.
Años más tarde, al releer su libro, se dio cuenta, que aparte de que su felicidad fuera escribir, también lo eran las personas que la rodeaban, porque, aunque ella no se diera cuenta, ellos estaban ahí, apoyándola pese a todo. Y entonces decidió que tenía que enmendar su error, que las cosas no podían quedar así. Poco a poco fue hablando y recuperando antiguas amistades, y con el paso del tiempo, sus círculos se fueron cerrando, todo empezaba a ser como antes.
Las cosas mejoraron, ella volvía a tener a sus seres queridos consigo, y a sus amigos y no tan amigos, todo sea dicho; pero al fin y al cabo, lo que más recuperó fue su felicidad: esa que le fue quitada al hacer lo que más felicidad creía que le daba.
Ella aprendió la lección: has de hacer lo que te haga feliz, pero no por ello debes alejarte de las personas que te quieren...
Y tú, ¿la aprendiste?

domingo, 8 de noviembre de 2015

Lluvia

Él era un chico muy tímido. Se sentaba solo en clase. Al fondo. Y pintaba todos y cada uno de sus libros.
No tenía amigos y mucho menos había estado alguna vez con alguien, pero si estaba enamorado.
Estaba enamorado de la lluvia.
Él encontraba calor en la lluvia, el calor que siempre le faltaba.
Le gustaba mirarla por la ventana cuando caía libre. Él soñaba llegar a ser así de libre.
Le gustaba acompañarla bailando bajo ella. Él soñaba con que esos bailes fuesen infinitos.
Le gustaba mojarse cuando esta estaba. Él soñaba con no tener que separarse nunca de ella.
Pero siempre llegaba el sol y lo jodía todo.
La gente le llamaba solitario y marginado, más el tenía miles de amigas, todas y cada una de las gotas eran amigas suyas.
Al chico de la lluvia le encantaba sentarse horas y horas a admirar la belleza de esta, le componía poemas y se los leía, simplemente, estaba enamorado.
Pero llegó un día, en el que se dio cuenta de una cosa muy importante: que la lluvia parecía triste.
Él estaba muy triste por ello, y intentó remediarlo de mil maneras, pero ninguna daba su fruto. Mas un día llego y conoció a una chica. Ella le hacía feliz, le hacía olvidarse de la soledad, y fue entonces, cuando el chico se dio cuenta, de que la lluvia era triste porque él estaba triste. Y el tiempo pasó.
Ahora era un chico más extrovertido, tenía una novia a la que le componía poemas, con la que podía ser libre, y con la que, a pesar de que el sol llegase, ella nunca se iba a ir.
Ahora él veía la lluvia y sabía que era feliz porque él era feliz, y así se prometió una cosa: que nunca volvería a dejar que le inundase la tristeza, para no volver a ver a su primer amor triste.