"Di que eres mía"
-Mia, ven. Quiero que hagas una cosa para mi.
Y ahí venía ese nombre otra vez. Cada vez que quería tratarme como su sumisa, me lo anticipaba llamándome así: "Mia", de nombre y de posesión, el nombre perfecto para mi. Al oírlo, mi piel se erizaba y se me tensaban los músculos, el calor de mi cuerpo aumentaba y me volvía dócil.
Era su forma de hacerme saber que estábamos en una sesión; y yo, como tal, debía tratarle con respeto.
-Dime amo, ¿qué puedo hacer por ti?
-Ves a la habitación y espérame como siempre. No tardaré en ir.
*
Aún recuerdo cuando le conocí por primera vez, un chico normal y de sonrisa inocente, muy tierno y atento conmigo. A simple vista podía parecer alguien corriente, pero yo lo vi, había algo en sus ojos, brillaban de manera especial, como incitándome a pecar.
Había algo en el que me atraía, estaba claro, nunca llegué a descifrar si era alguna cosa en concreto, pero tenía algo que me despertaba una curiosidad inmensa. Y como dice el dicho: "la curiosidad mató al gato", pero menuda muerte más dulce y placentera, pecar fue la mejor decisión de mi vida.
Había encontrado a mi amo, un hombre que me tratara con el cariño y la dureza necesarias, que sabía todo lo que quería y como lo quería, que sacaba mi lado más oscuro y salvaje, alguien que me poseía y me hacía su sumisa justo como yo quería y necesitaba.
Por fin alguien entendía mis demonios internos y me hacía entender que no eran malos, si no algo fascinante y extraordinario.
"Soy tuya, amo"

No hay comentarios:
Publicar un comentario